fuente: la Voz
“Shakespeare fue un gran neurocientífico"
La complejidad humana en el arte. Facundo Manes, responsable del Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro, relacionó las investigaciones recientes de su área de estudio con los temas que 450 años atrás expuso el dramaturgo inglés en sus obras.
Por Jesica Mateu (Especial)
“El cerebro es la estructura más compleja del universo. Tanto que intenta entenderse a sí misma”, afirmó el prestigioso neurólogo argentino Facundo Manes, fundador y director del Instituto de Neurología Cognitiva (Ineco) y responsable del Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro, en la master class “Shakespeare y las neurociencias: The book of your Brain ”, que brindó el mes pasado en la residencia del embajador de Gran Bretaña en Buenos Aires, John Freeman.
La ponencia de Manes, en el marco de los festejos por el 450 aniversario del nacimiento de William Shakespeare y con el apoyo del festival que lleva el nombre del dramaturgo inglés, y el gobierno porteño, tuvo el objetivo de exponer las estrechas relaciones que existen entre los actuales conocimientos que la ciencia posee del cerebro humano y los conceptos que Shakespeare trató de manera visionaria en su obra, hace más de cuatro siglos.
Durante la clase, quien ostenta más de 150 publicaciones científicas dio cuenta de varias nociones vertidas en su más reciente libro Usar el cerebro . E intercaló, entre afirmaciones y datos, citas de piezas como Hamlet, Romeo y Julieta, Antonio y Cleopatra y Ricardo III.
En principio, Manes opinó que “es una obligación difundir lo que se sabe del cerebro humano”, sobre todo porque “las nuevas investigaciones impactan en la educación, la política y la economía”. Además, remarcó que en las últimas décadas “se supo más sobre el cerebro que en toda la historia” y que, en consecuencia, es indispensable que las neurociencias y lo concerniente a la ética del conocimiento científico se debatan.
A la hora de establecer una relación de proximidad entre la actualidad de las neurociencias y las nunca vetustas páginas del célebre dramaturgo británico del siglo XVI, Manes afirmó que “Shakespeare fue un gran neurocientífico porque explicó en sus obras lo que es el parkinson, la epilepsia, la demencia y muchas otras enfermedades”, patologías que la ciencia todavía estudia.
Pero, en primer lugar, ¿qué son exactamente las neurociencias? Tal como expresó el especialista, ellas son las que “estudian la organización y el funcionamiento del sistema nervioso y cómo los diferentes elementos del cerebro interactúan y dan origen a la conducta de los seres humanos”.
“Las neurociencias estudian los fundamentos de nuestra individualidad: las emociones, la conciencia, la toma de decisiones y nuestras acciones sociopsicológicas. También tratan los grandes interrogantes, como el libre albedrío, el amor, la felicidad, cómo creamos, por qué recordamos lo que recordamos y por qué olvidamos casi todo”, añadió.
Así, lo que la ciencia investiga en profundidad valiéndose de los avances tecnológicos y la experiencia, de algún modo ya fue expuesto artísticamente por Shakespeare.
Memoria emotiva
El cerebro tiene, entre otras, las funciones de recordar y olvidar. Para comprender los procesos, se estableció una serie de clasificaciones de la memoria que es la que codifica, almacena y recupera la información. Pero hay un elemento en común que es clave: la emoción, que “facilita la memoria”.
“El recuerdo, ya sea consciente o inconsciente, de momentos emocionalmente significativos tiene la finalidad de protegernos de situaciones de amenaza”. Tanto recordar como olvidar son operaciones que generan un gasto de energía para el cerebro. “La parte frontal, por ejemplo, trabaja para inhibir el recuerdo de situaciones traumáticas”. Luego de ver el fantasma de su padre asesinado, el personaje Hamlet reflexiona: “¡Que me acuerde de ti! Sí, borraré de las tabletas de mi memoria todo recuerdo trivial y vano… Y sólo tu mandato vivirá en el libro y volumen de mi cerebro…”.
Secretos de la creatividad
Las neurociencias, que definen la creatividad como “una visión novedosa sobre un problema dado”, también estudian las bases biológicas de la creatividad. Y, si bien aún no se sabe cómo se genera, sí hay nociones sobre algunas condiciones que deben darse. Manes indica que hay cierta predisposición genética que puede colaborar a la hora de estimularla, pero también influye el factor sociocultural, es decir, el contexto. Y, agrega, es fundamental “pensar mucho, casi obsesivamente, un tema. Después, relajarse”, porque es allí donde decantan las ideas que tanto se han meditado. “Además, hay que estar un poco loco y equivocarse mucho”. Lo cierto es que, “el arte transforma en novedoso lo cotidiano”, dice.
Transtornos mentales
En la actualidad, la depresión y los trastornos de ansiedad hacen estragos en la calidad de vida de las personas. De hecho, “generan más discapacidad que el cáncer o enfermedades vasculares”, afirmó Manes. Por ello son numerosas las investigaciones que realizan las neurociencias para entender el efecto que los genes tienen en el desarrollo de estos males modernos, aunque no tanto, porque ya a fines del siglo XVI y principios del XVII Shakespeare los tenía en cuenta.
Manes señaló que la predisposición genética para que se desarrollen trastornos psiquiátricos existe, pero no es determinante. Para que efectivamente se manifieste alguna enfermedad mental, se necesitan también ciertos estresares ambientales.
Lo que sencillamente se llama “locura” es, en realidad, algo muy complejo que en tragedias como Hamlet ya se ponía de manifiesto al dejar abiertas al lector distintas interpretaciones de la condición de desequilibrio que padecía –o simulaba– el protagonista.
Conducta moral
Manes explicó, además, que “la principal función del cerebro es producir respuestas adaptativas a las demandas físicas y sociales que nos impone el contexto y el entorno. La generación de estas respuestas puede haber contribuido a la emergencia de la conducta moral”. Así, la complejidad social parece ser importante a la hora de explicar el desarrollo del cerebro aunque –aclaró– no es el único factor.
Otra salvedad que aportó es que, al contrario de lo que suele creerse popularmente, los juicios que constantemente hacemos, no son producto de un razonamiento moral deliberado o, al menos, son escasas las evidencias neurocientíficas que existen como para poder afirmar lo contrario. Sí hay, en cambio, pruebas de que “las emociones sociales juegan un rol clave en el procesamiento moral”. En ese sentido, Manes señaló que la conducta involucra la emoción y la empatía. “Por eso se sabe que los psicópatas tienen deficiencias en la capacidad de ponerse en el lugar del otro”.
Así, el razonamiento moral no sería otra cosa que el intento de explicar los efectos de lo que en realidad generan las intuiciones morales. Ante esto, Manes afirmó que “nosotros, como especie, no matamos. Y, en todo caso, la personas que lo hacen, luego lo justifican con la razón”.
A propósito de las justificaciones racionales para los actos morales, citó un fragmento de la obra Ricardo III, en el que un asesino reflexiona sobre el sentimiento de culpa y la conciencia, algo que tilda de “cosa peligrosa”. En el texto, el asesino señala que ella “hace del hombre un cobarde, no puede robar sin que le acuse, no puede jurar sin que le tape la boca, no puede yacer con la mujer de su prójimo sin que le denuncie. ¡Es un espíritu ruboroso y vergonzante que se amotina en el pecho del hombre! ¡Todo lo llena de obstáculos! Una vez me hizo restituir una bolsa de oro que hallé por casualidad. Arruina al que la conserva...”.
Comprender el amor
Si hay un tema que genera desde hace siglos intriga y controversia es el amor. Shakespeare no se perdió la oportunidad de tratarlo en sus obras, pero tampoco las neurociencias. Manes lo definió como “el estado mental subjetivo que consiste en una combinación de emociones, motivación y funciones cognitivas complejas. El amor es un proceso mental sofisticado”. También indicó que es “una experiencia que involucra los sistemas cerebrales de recompensa como también, de algún modo, las drogas o el trabajo para un workaholic”.
La eterna relación que el arte realiza entre el amor y la locura hoy parece confirmada por las neurociencias, que revelan que “la corteza frontal del cerebro, que es fundamental para ser juiciosos, se desactiva cuando nos enamoramos y así se suspende toda crítica o duda”. Y, por si fuera poco, en neuroimágenes también se observó que al estar enamorado “se apaga un área del cerebro importante en la regulación del miedo”. Y hay más, porque Manes comentó que se comprobó en diferentes investigaciones que al ver una foto del ser amado, se activan áreas del sistema de recompensa cerebral en las que hay gran cantidad de receptores de hormonas, como la oxitocina y la vasopresina, que generan euforia y alegría. También, en esos casos, se libera adrenalina y aumenta la dopamina que, como consecuencia, baja la serotonina –clave para el apetito y el estado de ánimo–. La disminución de la serotonina se da, asimismo, en personas que sufren trastorno obsesivo compulsivo (TOC), lo que explicaría el porqué alguien enamorado también siente ansiedad.
Son muchas las citas que podrían destacarse en las obras de Shakespeare sobre el amor. Entre otras, Manes elige las palabras de la joven Julieta, de Romeo y Julieta: “Al amor debería anunciarlo el pensamiento diez veces más rápido que un rayo de sol disipando las sombras de los lúgubres montes. Por eso llevan a Venus veloces palomas y Cupido tiene alas”. Un desafío pendiente para las neurociencias es analizar lo que ocurre en el cerebro cuando el amor es constante y en eso es esencial “definir de qué hablamos cuando hablamos de amor”.
Víctima y victimario
Manes hizo hincapié en que, como seres emocionales, los humanos –pero también muchas especies de animales– poseen emociones primarias, como la alegría, la tristeza y la ira. Pero también secundarias, que dependen de la cultura en la que cada persona esté inmersa, como la culpa, la vergüenza y el orgullo. Además, afirmó que está en la naturaleza la tendencia a escapar del peligro y buscar el placer.
Las emociones no sólo guían el recuerdo y el olvido, sino que también son fundamentales en procesos cognitivos, como la toma de decisiones.
Por ello, a Manes le gusta repetir que “el cerebro es el origen de nuestras emociones y el corazón es su víctima”.
Y, una vez más, eligió citar una tragedia. Era el turno de Rey Lear, cuando el protagonista afirma: “Cuando la mente está en paz, el cuerpo es sensible a los elementos. Esta tempestad en mi mente, en cambio, roba todo sentimiento que no sea lo que allí castiga: la ingratitud filial”.
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