El maestro y la humildad
A sus 83 años, Georges Prêtre dirigirá el Concierto de Año Nuevo de Viena
JULIETA RUDICH Viena 13 NOV 2007
George Prêtre ha sido el elegido para dirigir el Concierto de Año Nuevo de 2008. No hay director de orquesta que no se sienta halagado por sumarse al elenco de grandes maestros que han inaugurado el año con los valses de Strauss al frente de la Orquesta Filarmónica de Viena en el concierto de música clásica más mediatizado del mundo. Maazel, Karajan, Abbado, Kleiber, Mehta, Muti, Harnoncourt, Ozawa y Janson han sido hasta ahora los privilegiados.
"Soy el primer francés que tiene este honor. Es la apoteosis de mi vida artística. Un sueño que se cumple", dice Prêtre con esa amplia sonrisa que llena de vida su rostro como si 83 años no fueran nada. Al que fuera director favorito de Maria Callas le gusta declararse "novio" de las mejores orquestas. Con ninguna se ha "casado". Siempre ha actuado como director invitado. "No he asumido la dirección permanente de ninguna orquesta porque soy demasiado personal, no me gustan los problemas administrativos", explica, muy feliz de su fructífero noviazgo con Viena, que dura ya 40 años, "En la música vienesa y alemana me siento en casa. Gracias a Viena he dirigido todo Brahms, Beethoven, Mahler y mucho de Mozart. Soy vienés de espíritu".
Aunque su agente nos comunicó que no había lugar para entrevistas en la apretada agenda del maestro, él aceptó de buena gana conversar espontáneamente al acabar un ensayo de la Primera sinfonía de Georges Bizet y la Primera de Gustav Mahler con la Filarmónica de Viena. Parece un espectáculo de danza ver a Prêtre en el ensayo. Todo su cuerpo está en movimiento, la música le entra de lleno y él la devuelve a la orquesta. "Es muy difícil, ¿sabe? Los intérpretes tenemos que comprender a través y por debajo de las notas para descubrir los contrastes y darles relieve. Suele ocurrir que en momentos de profunda tristeza el compositor se esfuerza por crear una pieza alegre. Para desvelar los misterios que encierran las partituras no sólo hay que conocer muy bien la atmósfera de una época, sino también la vida privada del compositor". En cambio, dice, la vida privada del intérprete no cuenta. "Yo no interpreto a Mahler a la George Prêtre. Eso significaría servirse de la obra, soy yo quien tengo que ponerme a su servicio. Es difícil porque hay que ser muy humilde. Quizá la humildad sea un don que unos tienen y otros no. Sea como sea, hay que cultivarla. La vida, la madurez enseña a ser humilde". Con la misma humildad que se zambulle en los abismos de Mahler, George Prêtre está dispuesto a entregarse a la familia Strauss. De los valses vieneses siempre se dice que tienen algo de frívolo y superficial, pero para Prêtre representan algo importantísimo: el lado más alegre del carácter vienés, el periodo más jovial de la historia austriaca. "Aquella Viena de Strauss y sus contemporáneos era la fiesta. Lo que hacemos es perpetuar esa felicidad. Y es una buena excusa hacerlo el uno de enero".
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