Manuel Héctor Zaraspe: el maestro
Nació en
Tucumán, y allí dio sus primeros pasos en el ballet. Hoy es
reconocido en el mundo por haber sido el maestro de Rudolph Nureyev y
Margot Fonteyn, por sus clases magistrales en la Juilliard School de
Nueva York y por sus coreografías para los filmes del Hollywood
dorado. Esta es la historia de un grande, que pocos conocen en su
tierra
Una clase magistral de Zaraspe: “A mis alumnos les enseño a bailar bien todos los días. Bailar como si fuera el último día que se lo va a poder hacer”, afirma..
En
silencio, escuchó cómo su hermana y su cuñado confirmaban las
dudas iniciales de su madre: “Bailar en puntas de pies es para las
chicas”, dijo ella. “Está loco; eso no es cosa de hombres”,
agregó él.
Era
un domingo gris y desde un rincón de la humilde casa de Morón el
joven Héctor veía cómo su familia dilapidaba sus más profundos
deseos. Ya tenía 14 años, pero no aguantó más y se puso a llorar.
La madre sólo lo miró y sentenció con firmeza: “Mi hijo va a
estudiar baile porque no me gustaría que un día, viendo un ballet,
pensara que él podría haber sido uno de ésos. El va a bailar y yo
me hago responsable”.
“Se
va a morir de hambre”, prenunció la hermana a media voz.
Basta
con ver la trayectoria del maestro de ballet Héctor Zaraspe para
descubrir lo fallido del pronóstico. Nadie hubiera podido predecir,
sin embargo, que ese “negrito tucumano que pasó su infancia
jugando en las acequias del pueblo de Aguilares”, como a él mismo
le gusta describirse, terminaría reconocido en el mundo entero por
ser el maestro privado de artistas de la talla de Rudolph Nureyev y
Margot Fonteyn, por sus clases magistrales en la Juilliard School de
Nueva York, una de las escuelas de arte más importantes del mundo, o
por sus coreografías para grandes películas de la época dorada de
Hollywood. Nadie hubiera supuesto que dentro de un ámbito de extrema
exigencia en lo exterior, como la danza profesional, habría un
espacio para un maestro argentino que no basaba su instrucción sólo
en la técnica. Un maestro del cuerpo que también enseñaba sobre el
espíritu.
PRIMEROS PASOS
Le
gusta comenzar su historia desde el principio, en la escuela de
Tucumán donde, según recuerda, aprendió a “jugar, a rezar, a
cantar y a bailar”.
Allí,
mientras sus padres improvisaban zambas y chacareras, él daba sus
primeros pasos con zarzuelas y mazurcas en actos escolares. Luego, la
repentina muerte del padre y la falta de trabajo impulsó a la
familia hacia Buenos Aires, y la gran ciudad no hizo más que
acentuar sus incipientes pasiones por el baile, la música clásica y
el cine. En la edad de las dudas, él empezaba a tener una certeza:
quería ser bailarín.
El
concilio familiar con la hermana y el cuñado se hizo inevitable, y
la confirmación de su madre fue alentadora. “Ese fue el contrato
más extraordinario que firmé en mi vida –dice–. Con el
consentimiento de mi madre tenía que ser bailarín. El mejor
bailarín. No había otra.
“El
problema era cómo un chico pobre y sin contactos se mete en una
carrera de lujo que te pide mucho y no te promete nada”, recuerda.
Las
primeras clases de baile español las pagó limpiando pisos y más
adelante, las del maestro Otto Weber, con gallinas que llevaba de su
casa.
“Weber
fue quien me enseñó sobre la humanidad y la humildad –recuerda
Zaraspe, que aplicaría como nadie sus enseñanzas–. Siempre decía
que para poder ser el primero hay que sentirse el último. Me enseñó
a brillar aun siendo el último.” Û
Cuando
las gallinas se acabaron, Zaraspe consiguió un trabajo de vendedor
de cigarrillos en el aeropuerto de Morón, y allí se produjo su
encuentro casual con Elisa Duarte, la hermana de Eva Perón. Al
verla, se plantó delante de la mujer y le dijo con todo el descaro
posible que él era un gran artista, pero pobre, y que necesitaba
ayuda. Quince días después, el negrito de Aguilares estaba haciendo
ese planteo frente a la mismísima Eva Perón, que luego de
escucharlo le ofreció un trabajo en el Correo y dio orden de que lo
inscribieran en la escuela de danzas del Teatro Colón.
Junto
con sus estudios, Zaraspe empezó a dar clases de danza en la Escuela
de Artes y Oficios de Morón, y a estudiar teatro.
A
los 22 años, vio cómo otro deseo se volvía realidad cuando recibió
un pasaje, de ida, a España, pagado por las madres de sus alumnas de
danza. “A mi mamá le dije que me iba becado por la Fundación Eva
Perón por tres meses –cuenta–, pero la verdad es que no sabía
adónde iba ni cuándo volvería.”
La
mujer lo acompañó al puerto y se despidieron sin demasiado
sufrimiento. “Ella parecía firme. Yo saludaba desde la baranda sin
mucha conciencia de lo que hacía –recuerda–. Mientras el barco
se alejaba, yo saludaba alegre y veía cómo en la costa se
amontonaba la gente. Años después me enteré de que en ese momento
mi madre se había desmayado.”
Dos
semanas más tarde, el barco Alcántara, de la Armada Real Inglesa,
lo dejaba en el puerto de Vigo, y recién allí descubriría lo
precario de su situación. Solo, en un país desconocido, con dos
maletas por todo equipaje y cinco dólares en el bolsillo, Manuel
Héctor Zaraspe sintió que el mundo se le venía abajo.
“Desde
ese momento se trataba de sobrevivir, y pensé en cómo hacerlo
–cuenta–. No tenía ni un peso, pero empecé a organizar
festivales. Una vez, mi madre me tuvo que mandar unas zapatillas de
baile para venderlas y poder pagar la pensión.”
Con
la deuda saldada, dejó Vigo y partió para Madrid. Nuevamente en una
gran ciudad, decidió hacer frente a la nostalgia yendo a pedir por
trabajo a San Cayetano. Al salir de la iglesia encontró a una mujer
a la que le preguntó por una guardería infantil donde empezar a dar
clases de danza. La señora no sólo resultó ser una de las
influyentes damas de San Cayetano, sino también la dueña de una
guardería infantil. Días después, Zaraspe daba clases en el lugar
y enseñaba a muchas mujeres de las casas reales pertenecientes al
grupo de damas. “Entre ellas, muchas que luego serían reinas”,
recuerda con picardía.
MAESTRO DE SUTILEZAS
De
allí a participar en un espectáculo de Alberto Closas y
transformarse en coreógrafo de películas de gran presupuesto en
Hollywood, como Espartaco, sólo hubo un paso. Y otro más hasta
deslumbrar al gran bailarín Rudolph Nureyev y que éste le pidiera
que fuera su coach personal y el de su célebre partenaire, Margot
Fonteyn.
Pero
no está en la biografía de este hombre setentón, de baja estatura
y tez oscura, lo que realmente lo distingue. Alguna misteriosa
diferencia hace que alumnos de todo el mundo lo describan como un
maestro que forma en la técnica de la danza, pero mucho más en lo
espiritual. Que prepara para alumbrar más que para brillar.
Será
que “enseña sutilezas”, como dice su amiga, la actriz China
Zorrilla, que asegura que “la palabra maestro está inventada para
él”. O que posee, como afirma el coreógrafo Oscar Araiz, “un
espíritu religioso con respecto a su actividad, algo sagrado que, en
definitiva, tiene que ver con el origen de la danza”. Lo cierto es
que hay algo de especial en el saber que este hombre transmite.
Sin
misterios, él explica su secreto: “A mis alumnos les enseño a
bailar bien todos los días. Sin tener que esperar a una audición
para dejar todo. Bailar como si fuera el último día en que se lo va
a poder hacer. Û Tomar esto como un privilegio. Esmerándose en cada
ensayo. Siendo un bailarín maravilloso en cada clase.”
No
se equivoca Paloma Herrera, a quien Zaraspe descubrió cuando tenía
15 años, cuando señala que “la forma que él tiene de tratar el
arte del ballet es muy especial.
“El
da todo en cada clase –cuenta–. El respira ballet. Es difícil
ver a alguien tan íntegro y tan comprometido en esta época en que
todo es más light. El es arte. El es ballet.”
Todavía
hoy resuenan en las bambalinas del mundo del ballet las palabras de
Nureyev cuando algún experto indignado le cuestionaba haber elegido
como maestro de baile personal a un argentino en lugar de un francés
o un ruso.
“Yo
busco a mi maestro por su sensibilidad a la belleza y no por su
nacionalidad.”
Al
repasar su vida, Zaraspe reconoce que no entiende muchas de las cosas
que le pasaron, pero siente haber cumplido con su destino. “He
seguido mi camino como Dios quiso que lo hiciera –dice–. Uno se
preocupa mucho, pero en el fondo hay que dejarlo a Dios hacer las
cosas y ponerse en sus manos.” Si todo deseo estancado es un
veneno, Manuel Héctor Zaraspe no corre peligro. La memoria de su
madre tampoco. Ella siempre deseó que su hijo fuera una persona
respetada antes que importante y, según parece, lo logró.
Por
Leonardo Blanco
ALTO VUELO
- Es oriundo de la provincia de Tucumán. Estudió en el Teatro Colón de Buenos Aires, con los maestrosEsmeé Bulnes, Otto Weber y Gema Castillo.
- En 1954, a su llegada a España, realizó el proyecto del Liceo Coreográfico y Musical de Madrid.
- Luego de 11 años en España, fue contratado por el American Ballet Center de Nueva York como primer ballet master.
- Reside en Nueva York desde hace 40 años. Acaba de retirarse con los más altos honores de la Juilliard School of Music and Drama, donde fue docente por más de 35 años.
FUNDACIÓN
Para
allanar el camino de los niños en su provincia natal que, como él,
tengan inquietudes artísticas, y fomentar en ellos “la
autovaloración a través del desarrollo espiritual”, Zaraspe creó
su propia fundación. Por medio de la Zaraspe Foundation (ver Para
saber más) se propone hallar talentos artísticos entre los pequeños
que asistan a los comedores y escuelas rurales de Tucumán para,
merced a un acuerdo con Naciones Unidas, llevarlos a Nueva York a
perfeccionarse.
“Los
niños son lo mejor del mundo –dice Zaraspe– y la fundación es
lo más hermoso que Dios me ha permitido hacer.” .
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