lunes, 26 de enero de 2015

UNA IMPRESIONANTE CONTRA DE LA VANGUARDIA

Jorge Campamà, especialista en enfermos críticos

Victor-M Amela, Ima Sanchís, Lluís Amiguet

"El que de verdad se quiere suicidar se quita los zapatos"

27/01/2014 - 00:00
"El que de verdad se quiere suicidar se quita los zapatos"
Foto: Ana Jiménez
El que cuida
"Curar no lo es todo; si uno no puede curar, debe paliar el dolor, y siempre consolar". Como especialista en medicina intensiva, trasplantes y unidades coronarias, ha ejercido en las unidades de cuidados intensivos del hospital de Bellvitge y las clínicas Quirón y Teknon. Años de experiencia le han llevado a la conclusión de que la cercanía con el paciente, el cariño y el acompañamiento son esenciales en el ejercicio de la medicina; y en el poder del mensaje de la trascendencia, que justifica con teorías cuánticas y experiencias vividas con pacientes reanimados: "Me han contado peculiarísimas experiencias (comprobables) de lo que les ocurría mientras su cerebro no tenía actividad".
Su cotidianidad son los enfermos críticos...
Sí, y he entendido lo importante que es coger de la mano, sin guantes, a los pacientes; mirar a los ojos y ser consciente de que lo que se ve en el fondo de las pupilas humanas es bestial.

...
Y que eso tiene que ser estimulado, porque corremos el riesgo de que entre las generaciones modernas de médicos la capacidad de empatizar no sea un activo importante, y es lo fundamental.

Ha acompañado hasta el final de sus vidas a muchos pacientes.
Sí, he conocido a sus familias, sus hogares; y he necesitado muchas veces armas de consuelo cuando la medicina ya no puede darlas. Hoy la medicina nos alarga la vida, pero sólo es una prórroga, los pies nos vuelven a colgar en el abismo al cabo de unos años.

¿Y entonces?
Hace años decidí buscar en las distintas disciplinas de la ciencia y el humanismo algunos pilares para dar la esperanza de una continuidad más allá de la realidad que conocemos. Ciencia y espiritualidad no pueden separarse en el ejercicio de la medicina.

¿Usa usted la trascendencia con sus pacientes?
Con prudencia, pero sí, la uso, porque pienso que, al margen de las drogas vasoactivas o los antibióticos, ofrecer una visión trascendente de la existencia humana, inteligible, vertebrada y con base científica, ayuda a llegar al final del camino de otra forma.

Pero al final es una cuestión de fe.
Sí, pero transmitir ese consuelo a quien lo necesita me parece un complemento fundamental en el ejercicio de mi profesión. Yo he manejado la vanguardia más absoluta en cuanto a medios, fármacos y técnicas, he visto sobrevivir a muchos trasplantados...

Es esperanzador.
Pero también he visto como, cuando no hay solución, se blasfema, se abandona o se precipita uno desde el último piso del hospital. En cambio, si el enfermo recibe la analgesia adecuada, el afecto necesario y un mensaje de esperanza, siempre respetuoso y abierto con cada forma de pensar, es capaz de andar el final del camino con dignidad, incluso pudiendo concluir sueños, obras, afectos, despedidas...

¿Es su experiencia?
Sí. Un paciente bien tratado y querido no te pide morir. Lo triste es que son pocos los médicos que quieren hacerse cargo de esas personas, pero para ellas el sol va a seguir saliendo cada día el tiempo que les queda.

Los terminales ¿estorban?
Los médicos acabaremos administrando la muerte con frialdad. De hecho, ya ocurre: personas que no quieren vivir con determinada enfermedad acuden a una clínica suiza, se sientan en una sala, les dan un cóctel mortal y mueren. Este es nuestro futuro, y no me gusta.

Así contado suena terrorífico.
Lo maquillan de modernidad, pero es la alternativa al afecto, apoyo y analgesia administrados con dedicación y entrega 24 horas al día. Y yo intento transmitirles también que no caminamos hacia el final, que oigan decir eso a un médico es consolador. Y hay tantos indicios de que la conciencia continúa como de que no continúa.

¿Qué muerte no olvida?
La de una suicida de 14 años. He tratado a muchas niñas de buena posición que ante el primer problema, el primer no, generalmente de un chico, han preferido intentar huir con una sobredosis de psicofármacos (muchas veces, ya consumidos por sus madres) que afrontar la realidad.

Carecían de otras herramientas.
En estos casos, un lavado gástrico a tiempo siempre tiene éxito, porque en realidad no quieren morir.

Poca tolerancia a la frustración.
Y mala educación: lo quieres, lo tienes. Pero aquella pobre niña, de un entorno social humilde, acorralada por las frustraciones escolares, tomó lo primero que pudo: colchicina, un medicamento antiguo para la gota que usaba su padre, y no pudimos salvarla.

¿Cómo actúa el que sí quiere morir?
El suicida por precipitación, el que se tira por la ventana o al tren, se quita los zapatos, y deja su ropa ordenada en un banco del andén. Me gusta pensar que nunca llega al suelo, que aunque lo veamos estrellarse, una forma de ángel le recoge antes del impacto.

¿Ya se ha curtido?
En la Teknon, cuando daba la noticia de la muerte de un ser querido, la gente apretaba los dientes, pero en Bellvitge he presenciado cómo se tiraban al suelo y se mesaban los cabellos.

Duro.
De lo que más me he arrepentido en mi vida ha sido de intentar que eso no me conmoviera. No quiero pagar el precio de deshumanizarme para ser capaz de trabajar.

No sé si creerle.
Me parece estúpido reprimir esas emociones (la empatía, la compasión...) que me hacen ser lo mejor que puedo llegar a ser. Un buen médico se distingue en su lucha por llegar a ser un buen ser humano.


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